El rincón de los cinco duros #2: Hammerin’ Harry

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Seguimos guardando monedas sueltas para irnos a los recreativos y, esta vez, nos ponemos en la piel de todo un trabajador. Hammerin’ Harry, conocido en Japón como Daiku no Gen-san, es un arcade desarrollado por Irem (R-Type, Kung-Fu Master, Hook) en 1990 y que tuvo muchas secuelas posteriormente en NES, SNES, Gameboy, GBC y PSP. Pero hoy me ceñiré a los orígenes, al pata negra, a ese juego que todos probamos una vez como mínimo. O dos. O tres. O cuarenta y siete. Y si nunca lo has hecho espero que este artículo sea un mazazo que te anime a ello.

He de reconocer que, si no me falla la memoria, la máquina de Hammerin’ Harry nunca estaba en los recreativos que solía frecuentar pero siempre aparecía una cuando menos me lo esperaba, en los rincones más perdidos de la geografía madrileña. Incluso cuando fui una vez de viaje con unos amigos de mi padre a un pueblo perdido de Ávila, con nadie a quien yo conociese y rodeado de chicos mayores que yo que apenas querían nada conmigo, justo en el restaurante donde comimos ahí estaba Harry, dispuesto a entretenerme aunque fuese durante unos minutos. Sí, unos minutos, porque de pequeñajo era muy manco con el joystick y, con según qué juegos, era la personificación de una máquina trituradora de monedas. Pero dejemos mi drama personal.

La “historia” de Hammerin’ Harry comenzaba cuando unos despiadados obreros demolían la casa de nuestro protagonistas aprovechando su ausencia porque… porque… Bueno, realmente daba igual y no explicaban nada aunque más o menos podías deducir que una empresa-banda callejera de albañiles estaba derribando media ciudad para reconstruirla ellos mismos y pegar un pelotazo inmobiliario del copón. ¿Qué? No, no, el argumento no se desarrollaba en España por mucho que encaje con nuestra “picaresca”, de hecho, el juego era japonés de pura sangre por mucho que le cambiasen el nombre al protagonista.

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Los gráficos eran brillantes, vibrantes, impresionantes, Rocinantes… Perdón, me he dejado llevar por la rima. Los sprites eran enormes, los colores muy vivos y todo tenía un glorioso aspecto de anime, con una gran variedad de enemigos y escenarios. Ciertamente, lucía muy bien en pantalla y las animaciones de Harry no estaban nada mal, dando un toque cómico al conjunto que acentuaba su parodia de la sociedad japonesa y el mundo de la construcción. Incluso se permitía jugar con las físicas en algunos momentos, como ese en el que teníamos que derribar una montonera de tubos apilados para crear un puente y cruzar por encima del agua. Este evento no estaba escriptado y se notaba que caían de forma independiente y según nuestro golpe. De la misma manera, podíamos lanzar muchos objetos a través de la pantalla si los golpeábamos con nuestro martillo.

La jugabilidad consistía en un “yo contra el barrio” refinado y variado. Podíamos utilizar nuestra herramienta no sólo para zurrar a nuestros enemigos y lanzar objetos, sino que también como escudo y provocar un pequeño terremoto con él para aturdir brevemente a los villanos. La galería de rivales era extensa y se notaba que eran profesionales de la construcción pues nos atacaban con palas, ladrillos, sacos de cemento, palancas, bolas de demolición o maquinaria varia. Para ayudarnos existían varios power-ups, como un casco que nos protegía de los ataques, una guindilla que aumentaba nuestro poder o una mejora que hacía nuestro martillo cada vez más grande.

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El juego en sí no era ni muy largo ni muy difícil, especialmente los jefes, por lo que era habitual ver a gente pasándoselo, pero sí que tenía muchas sorpresas que, normalmente, acababa en la muerte la primera vez que te las encontrabas. Recuerdo que los dos primeros niveles me los acabé pasando fácilmente pero en el tercero me ponía muy nervioso con los saltos y las grúas que aparecían de repente. Además, cada enemigo tenía un patrón diferente que te podía pillar desprevenido al principio, aunque el premio al más emblemático y puñetero se lo lleva sin duda ese obrero que te tiraba la tapa de la alcantarilla como un bumerán y te podía dar por la espalda si te descuidabas.

Hammerin’ Harry era un arcade muy divertido y con personalidad, variado y con algunas ideas muy buenas. En su momento no pude jugar tanto como quería pero, aún así, lo sigo recordando con mucho cariño y una sonrisa en la boca. Por fortuna, esos momentos no se perderán como lágrimas en la lluvia gracias a los emuladores. ¿No os hace una partidita?

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